Luna
Anoche, cuando la
luna
navegaba como un
óvalo
de luz por mi
desván, sentí
que venía a
compadecerse.
Era agosto. Viajaba
con una valijita de
sombras
y unas pocas
estrellas,
las primeras, de
regreso al norte,
y parece que mi
pieza
la desorientó. Se
hizo
la interesada en los
libros,
mientras los otros
objetos
braceaban como en un
estanque
con insospechada
vida:
los collares
destellaban en el joyero,
el escritorio lleno
de papeles
y también los libros
parecían
dispuestos a abrirse
y confesar.
Segura de que la
luna escondía
alguna rara
intención,
esperé; un largo
rato seguí
su frío brillo que
iba
hacia un dibujo de
flores
colgado de la pared
y luego
se deslizaba hasta
la madera
del piso a
descansar.
Suficiente para mí.
Luna -dije-
Ambas tenemos
cicatrices,
¿Acaso escondes tras
de ti
las palabras simples
del amor? Dilas.
No eres mi madre;
con ella, esperé
hasta que murió.
Moon
Last night, when
the moon
slipped into my
attic-room
as an oblong of
light,
I sensed she’d come
to commiserate.
It was August. She
travelled
with a small valise
of darkness, and
the first few stars
returning to the
northern sky,
and my room, it
seemed,
had missed her. She
pretended
an interest in the
bookcase
while other objects
stirred, as in a
rockpool,
with unexpected
life:
strings of beads in
their green bowl
gleamed,the
paper-crowded desk;
the books, too,
appeared inclined
to open and
confess.
Being sure the moon
harboured some
intention,
I waited; watched
for an age
her cool glaze
shift
first toward a
flower sketch
pinned on the far
wall
then glide to
recline
along the pinewood
floor
before I’d had
enough. Moon,
I said, we’re both scarred now.
Are they quite beyond you,
the simple words of love? Say them.
You are not my mother;
with my mother, I waited unto death.
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