lunes, 4 de septiembre de 2017

Atilio Arocas



Atilio Arocas es un nombre de fantasía para un crítico italiano a quien conocí hace muchos años. En una de sus visitas a Córdoba, invitado por la sede local del Instituto Italiano de Cultura vino a cenar a casa. En ese entonces, mi casa era el producto de una serie de agregados poco planificados, según las necesidades de sus distintos y antiguos dueños. Nosotros, que al comprarla nos quedamos endeudados por un plazo de diez años, siempre en la misma línea de la escasa planificación, no tuvimos resto más que para otro pequeño conjunto de reformas que nos permitieran habitarla con mínima comodidad. Entre ellas, transformamos un quincho en habitación, a donde mudamos los libros y la cama. El quincho tenía un asador; la nueva "habitación", la más espaciosa y linda de la casa, constaba de gran mampara, biblioteca, cama y… asador que cumplió muchas veces las funciones de hogar “en altura”, única fuente de calefacción en toda la helada casa.
La visita de Atilio fue en junio y hacía un frío letal. Obviamente quería comer asado argentino, así que preparamos la mesa en la nueva habitación: digamos que la convertimos en loft. Creo que lo desconcertamos. Pero también él me desconcertó a mí. En la conversación que mantenía en italiano con mi marido y con un amigo, yo no participaba activamente dado que no domino esa lengua, pero, en determinado momento, por amabilidad, me preguntó a qué me dedicaba. Acababa de salir un libro mío y se lo mostré. Yo creo que Atilio lee con dificultad en español, así que no sé si comprendía bien. Lo hojeó, se demoró un rato en eso y al final me miró y con su voz algo rasposa emitió un juicio al que le he dado muchas vueltas. Me dijo: “Escribes con la lengua de tu padre”.
Me impactó quizás porque mi padre acababa de morir. Si bien ninguno de los textos del libro hacía referencia a ello ni a él, me gustó imaginar que algo de su vigor se habría filtrado en la escritura. Más tarde pensé que, en realidad, lo que había dicho era una frase de ocasión; que quizás había entendido equivocadamente uno de los textos en clave autobiográfica como referido a mi padre y, puesto que la cortesía exige decir algo, largó esa frase. Con el tiempo, se me ocurrió que podría haber sugerido una impostación de mi escritura y que, por lo tanto, el comentario era menos un halago de ocasión que una crítica velada. Nunca sabremos qué quiso decir. No le pedí precisiones en su momento, porque inmediatamente me preguntó cuál era la profesión de mi padre: le conté que no tenía una profesión, sino que había realizado muchos trabajos para vivir y que disfrutaba enormemente de inventar cosas como telescopios, pulidoras, casillas rodantes, y también de ciertas lectura a las que siempre volvía: Herodoto, Aristófanes y, curiosamente, Alexis Carrel.

La frase de Atilio Arocas ha proseguido su lento y minucioso trabajo: el texto múltiple que voy inventado no tiene nada de la lengua de mi padre, ni constituye homenaje alguno, pero sí ronda la intuición de que son múltiples las voces que resuenan en nosotros y que modulamos como si fueran propias, y que esas voces generan mundos diversos en los que podemos perdernos y también, en ocasiones, encontrarnos. Un hombre o una mujer cualquiera, en su vida más cotidiana, es una pluralidad de identidades fluidas: puede vender bulones y paladear la descripción de los jinetes escitas, por ejemplo, hasta sentir el fragor de los cascos y el frío de la estepa.

No hay comentarios:

Publicar un comentario