sábado, 8 de abril de 2017

Un poema de Alejandro Méndez Casariego



                                       a Mónica, a nuestra descendencia

En el 84 teníamos un 600 blanco
impecable
un departamento rústico en el monoblock celeste
cerca del "Barrio Papa"
frente al zanjón Maure, en los suburbios de Villa Marini
que en el terremoto del 85 se vino abajo
-no digo el monoblok, hablo del barrio-
Mis hijas iban a comprar a la Josefa, a la vuelta
y traían azucar, leche, anécdotas y risas

En el 84 militábamos fuerte y a diario:
lo peor de la noche había pasado
dejàndonos oscuros, pero vivos.
Tuvimos un bebé al que no llegamos a ponerle nombre
porque nació sin aire
y fue la pena que no queremos recordar
y luego un hijo, el cuarto
que bajó toda la brisa del Cordón del Plata.

Ya no éramos felices, nunca más lo fuimos
hasta que fueron llegando, muchos años más tarde
Julia, Matilda, Luna
y finalmente Selina -la de la sonrisa interminable-
hijas de nuestras hijas, nuestras diosas
de los nuevos tiempos.

Ya no estábamos juntos, pero hubo una época
en que creíamos aquello
de que "la felicidad es la lucha"
-todavía lo creemos, pero sin los barnices
de tanta juventud-
y algo de eso, entre la penumbra
tenemos obligación de rescatar
porque la vida no pide permiso:
nos da todo lo que puede
aunque nos quite el resto.